10 cosas que hacemos mal en los restaurantes

Viernes, 28 de Septiembre de 2018
hosteleriasalamanca.es

A continuación os mostramos algunas situaciones en las que actuamos mal cuando vamos a un restaurante. Consciente o inconscientemente, todos hemos caído en estas trampas alguna vez.


Aunque hay que tomarlo con buen humor, conviene evitar estas situaciones en la medida de lo posible, sobre todo aquellas que inciden en el correcto funcionamiento del restaurante

- Salir a fumar o levantarse al baño en mitad de la comida

Levantarse de la mesa supone, además de importunar a quienes te acompañan, romper el ritmo del servicio, y eso afecta tanto al equipo de sala como al de cocina. En segundos hay que retrasar la salida de un y recomponerlo todo en función del tiempo que el comensal tarde en volver.  El cigarro sabe mucho mejor al terminar, y además no  nublará el sabor de la comida. Y al baño se va antes, por precaución y para lavarnos las manos, sana costumbre que practicamos poco.

- Usar el móvil sin parar

Cada vez es más habitual y más desesperante. En las mesas ya no se habla, todos están pendientes del móvil. No es cuestión de educación, que también, sino de respeto y hasta de coherencia personal. Para qué quedar a cenar con alguien con quien no vas a estar. Hay quien llega al punto de cenan con los mismos amigos que están sentados en la mesa pero con Instagram de por medio. Nos perdemos el mundo real por atender el virtual y además proyectamos una pésima imagen de nosotros mismos. Y alargamos los tiempos de servicio, para desesperación del personal de sala.

- Pedir más platos de los que hacen falta o quedarse corto

Comemos por los ojos, y todo se nos hace poco. En un tiempo, la costumbre cuando se salía a comer a un restaurante en familia o con amigos era pedir de todo y abundante. ¡Que nadie se quede con hambre!. Si sobraba no importaba. Y aunque se hubiera pagado, allí quedan los platos llenos de comida, cuyo único destino era la basura. Ahora sucede justo lo contrario: se piden platos para compartir y las raciones acaban siendo tan exiguas como las cuentas. Al fin y al cabo de eso se trata, de cenar por ahí para poder contarlo y pagar poco.

- Decir que tenemos alergia a lo que simplemente no nos gusta

Es la mentira más común y más peligrosa. Quien no ha estado en el interior de una cocina profesional no es consciente de lo que supone cuando llega una comanda con advertencias sobre alergias. Para un cocinero es una responsabilidad enorme dar de comer a alguien alérgico ya que puede poner su vida en peligro. Sin embargo son muchos los comensales irresponsables que se atribuyen alergias imaginarias para evitar ingredientes que no les gustan. Alguien verdaderamente alérgico, por la cuenta que le tiene, se cuida mucho de ir a comer a según qué sitios.

- Resignarnos con una mesa mala

El sistema de asignación de mesa en los restaurantes es un misterio. Salvo que seas un cliente habitual, te enfrentas a una ciencia aleatoria. Al capricho del camarero o del sistema informático. Por eso si conoces el local y sabes que hay una mesa en la que te gustaría cenar porque es una ocasión única, no te cortes y pídela. Si es tu primera vez y cuando llegas ves un rincón que te gusta, pregunta si te pueden sentar allí. En cualquier caso, si no te gusta que la mesa que te ha tocado, pide con educación que te cambien, no tiene que darte vergüenza. Muchas veces pecamos de prudentes.

- Dejar que el camarero elija por ti

Hay una cierta tendencia a dejarse orientar por el camarero, que si es hábil y muchos lo son, acabará por venderte un rodaballo cuando tú estabas deseando comerte unas chuletas de cordero. Hay profesionales que saben hacer muy bien su trabajo, pero no debemos dejarnos intimidar por ellos. Si el comensal no toma sus propias decisiones al final se irá con un sabor agridulce pensando que no ha comido lo que quería porque hacer caso al camarero, y eso es un error que pasa factura. Por cierto, lo mismo pasa con los vinos, con el agravante de que cuando los elije el sumiller por ti nunca te dice el precio, y ese es un factor de decisión importante. Dejarse orientar está bien, pero la última palabra que sea la tuya.

- Pagar sin mirar la cuenta

Cuánto nos cuesta reaccionar en todo lo relacionado con el dinero. Alguien nos dijo que no era de buena educación y lo llevamos tatuado a sangre y fuego, pero es mentira. Pagar una cuenta sin repasarla no es una cuestión de educación, sino de sentido común. Las personas nos equivocamos y las máquinas también. Antes de pasar la tarjeta por el datafono, comprueba sin rubor que está todo lo que se ha pedido. Tanto si sobra como si falta, adviértelo al camarero. Así si demostrarás buena educación.

- Pedir que te cambien los platos de un menú degustación

La alta cocina tiene sus reglas. Que nos gusten o no es otro debate. Cuando uno reserva en un restaurante donde se sirve menú degustación lo que no puede hacer es pedir al camarero que le cambie los platos. Que el cocinero se niegue a hacerlo no es un rasgo de soberbia, es simplemente que ya está todo, comprado, racionado, preparado… No hay mejor comensal que el comensal bien informado.

- Compartir un postre entre seis… o más

Es una de las cosas que más se ve últimamente. Un postre en el medio de la mesa y una nube de cucharillas que amenazan con hundirse en él antes de que se acabe. Si ya sabemos que el dulce engorda, que no somos golosos, que lo mejor es un café… y que los postres hacen que suba la cuenta. Queda fatal ver como los amigos se miran a cara de perro para ver quién se come el último trozo de pastel, de verdad.

- Aceptar un plato que no está en condiciones

A todos nos cuesta devolver un plato, es incómodo decir que algo está mal, sobre todo porque las mesas de alrededor miran y cuchichean. Tenemos la sensación de estar llamando la atención. Sin embargo cuando un ingrediente no está en buen estado, algo está mal cocinado o encontramos un objeto inesperado en nuestro plato, es normal que nos quejemos. Y lo apropiado es que el equipo de sala acepte nuestra queja y le dé solución, con discreción y simpatía.


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