Leche de colores

Jueves, 15 de Julio de 2010
El otro día le regalé a una amiga que tiene un bebé de diez meses un libro que me pareció tremendamente interesante, casi podría categorizarlo como un manual de autoayuda para padres en “apuros infantiles alimentarios”. Soy una completa desconocedora del mundo de los bebés y sus cuidados, pero reconozco que últimamente me rodean criaturitas por todas partes: vecinos, compañeros y amigos, todos en torno a la treintena, parecen haber confabulado para procrear al unísono, algunos de dos en dos e incluso –el menos o más afortunado, según se mire- ha tenido tres a la vez. Eva González, directora de www.hosteleriasalamanca.es

Por ello, aunque todavía mi instinto maternal no ha florecido, cada vez más a menudo me veo involucrada en conversaciones acerca de marcas de pañales, dientes de leche y los temidos “cólicos del lactante”, y digo temidos porque lo cierto es que impresiona la intensidad con la que lloran los pobrecitos cuando los padecen. Su virgen aparato digestivo debe acostumbrarse a asimilar la leche materna (o de inicio) y eso no les debe resultar nada fácil.

Posteriormente, y según he podido comprobar gracias a las experiencias ajenas, en la dieta del lactante comienzan a introducirse otro tipo de alimentos: zumos de fruta, cereales, papillas y más tarde, a partir de los seis meses, se incorporan progresivamente las carnes blancas, el pescado y, el huevo. Éste es tan solo el principio de una aventura gastronómica que se prolongará durante los primeros años de vida del bebé, en la cual adquirirá hábitos alimenticios que favorecerán o comprometerán seriamente la salud del resto de su existencia.

Consciente de la importancia de llevar a cabo correctamente esta transición alimentaria decidí aportar mi granito de arena, obsequiando a Marta con el ejemplar: “Una por mamá, otra por papá: recetas para niños que no comen”. En él su autor, el chef Sergio Fernández, recoge originalísimas recetas que permitirán a los papas introducir en la dieta de sus hijos alimentos como las espinacas o el pescado, eso sí, siempre escrupulosamente camuflados. Los “Chupachups de cordero”, el “Brazo de gitano de patata y verduritas” o los “Crepes de lentejas” son solo una pequeña muestra de lo divertido que puede resultar para ellos comer aquello que en su apariencia original rechazarían.

Mientras escribo estas líneas no puedo evitar recordar el programa “La revolución gastronómica”, que ha comenzado a retransmitir Canal Cocina en Junio y al que reconozco estar enganchadísima. En él Jamie Oliver se ha embarcado en una aventura cuanto menos desafiante: modificar la alimentación de los niños en los centros escolares estadounidenses. Este joven chef británico ha comenzado su reto en un pequeño colegio infantil de Huntington, la ciudad norteamericana con mayor índice de obesidad adulta de EEUU.

La sorpresa de Jamie es mayúscula al descubrir que a los niños del centro se les sirve de desayuno Pizza y leche de sospechosos colores, horas después descubre indignado la minuta del almuerzo: nuggets precocinados de pollo y puré de patata de sobre. Este desolador panorama alimentario, unido a un equipo de cocineras testarudas y al consentido paladar de los chiquillos norteamericanos van a complicarle la tarea a Jamie más de lo que éste podrá imaginar.

La concienciación y los numerosos esfuerzos por parte de organismos y profesionales para lograr una correcta alimentación desde bebés no es algo casual ni fruto del capricho de nadie; ¿saben que un niño mal alimentado desde su infancia puede padecer problemas de salud a los 30 años que son propios de los 60? y lo que es más ¿saben que una incorrecta alimentación puede reducir su vida en diez o quince años?.

Eva González Hernández
Directora General de
Hosteleriasalamanca.es

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