Travesía báltica
Viernes, 13 de Mayo de 2016
Hosteleriasalamanca.es / Por Eva González
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He pasado unos días fabulosos surcando el Mar Báltico… hoy suspiro recordándolos en mi primer día de reincorporación al trabajo. Reconozco que me está costando centrarme, me ha sentado tan bien esta escapada y he desconectado tanto –precisamente era lo que pretendía- que hoy noto que no estoy al cien por cien, aunque por experiencia sé que inevitablemente en breve recuperaré la actividad rutinaria ¡no hay otra opción!.
Los atardeceres en primavera resultan espectaculares en estas latitudes.
Pero volvamos a esos fantásticos días de relax, en los que he podido tomar contacto con ciudades tan exóticas como Estocolmo o San Petersburgo, ambas dignas de volver a visitar. La que fue capital de Rusia durante casi dos siglos me ha sorprendido por la majestuosidad de sus palacios y casas nobiliarias, por la inmensidad de sus avenidas y por el fabuloso derroche artístico de sus decorados. En este sentido la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada –estampa típica del turista en San Petersburgo- y la sala de Ámbar- forrada en su totalidad por esta valiosa resina- del Palacio de Catalina me han dejado sin habla. Sin dudarlo me gustaría regresar a esta bulliciosa ciudad, que en unas semanas se viste de gala para celebrar el sol del verano. Los habitantes de la ciudad rusa más occidental apenas duermen durante dos semanas en las que el sol nunca llega a ponerse. Son 24 horas al día de luz, que aprovechan en decenas de actividades culturales y de ocio al aire libre, algo lógico sabiendo que en invierno apenas tienen tres horas de luz natural diarias.
De izda a dcha y de arriba a abajo: Brunch danés a base de ensaladas (de quinoa y edamame y de pollo, nueces y brócoli) frutas, queso y salmón, el típico bollo sueco de cardamomo y ruibarbo en un puesto de verduras y frutas en el centro de Estocolmo.
Por su parte la capital sueca me ha enamorado por la felicidad que irradian sus gentes: cientos de mamás rubias y guapas invaden las calles con sus carritos, solas, en grupo o en pareja, felices seguramente de tener un permiso de maternidad de 12 meses- sí, habéis leído bien- en los que poder disfrutar y criar con tranquilidad a sus retoños. Pero no solo los bebés son unos privilegiados en Estocolmo, también los canes, que en muchos restaurantes disponen de su propia “vajilla” y de tiendas dedicadas en exclusiva a su alimentación natural. También en Estocolmo me han llamado la atención sus mercados de frutas y verduras al aire libre, con hermosos espárragos blancos, prietas alcachofas y el omnipresente ruibarbo, una verdura similar al apio, ligeramente ácida, que se utiliza mucho en los países nórdicos en recetas dulces (mermeladas, tartas…). Y hablando de dulce, os cuento que he probado los típicos bollos suecos de canela y cardamomo; una pieza de bollería que consta de una masa bien doradita, que hornean a muy alta temperatura para que su interior quede jugoso.
Buen recuerdo gastronómico me llevo también de Copenhague, donde degusté un peculiar brunch (desayuno abundante y tardío) a base de ensaladas, quinoa, frutas, tartar de salmón, pan de centeno y queso. Pero curiosamente si hay algo que no olvidaré de esta travesía será el interminable número de raciones de pizza que he ingerido en el barco, el horno de pizzas estaba abierto casi casi 24 horas al día y cualquier momento resultaba idóneo para hacerle una fugaz visita ¿y es que acaso alguien puede resisitirse a un pedazo de pizza casera recién salida del horno?.
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Comentarios
maria José
Lunes, 16 de Mayo de 2016
Que ganas!!!que bonito todo!
Mari Cruz
Viernes, 13 de Mayo de 2016
Lo describes tan bien que entran ganas de estar alli y probar de todo. Que hambre me ha entrado!
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