¡Que vuelva la alegría a mi ciudad!

Durante el último año mis visitas han Madrid se han quintuplicado, debido principalmente al trabajo de coordinación de nuestra nueva revista digital Sabormadrid y a la asistencia a varios cursos de formación. En cada una de estas escapadas a la capital me he encargado de organizar una provechosa gastro-ruta, que cada jornada me ha permitido conocer y degustar todos aquellos lugares que he considerado indispensables para el buen progreso de mi pluma periodística.

Decenas de restaurantes japoneses, parrillas argentinas, sucuculentas pastelerías, bulliciosos mercados, terrazas con encanto, tiendas gourmet, coctelerías y toda suerte de espacios gastronómicos han sucumbido en cada uno de estos viajes, que he procurado hacer coincidir en fin de semana.

A todo ello he sumado maratonianos periplos en comercios capitalinos y centros comerciales -¡abiertos el primer domingo de cada mes!-, por eso de sacar el máximo partido a las dos horas de tedioso desplazamiento en coche desde Salamanca. Los sábados por la tarde y domingos se han convertido en maravillosas jornadas de “shopping”, no se crean ustedes que me lo he comprado todo, pero sí he disfrutado a lo grande mirando, rebuscando, tocando y finalmente comprando aquello que me ha interesado.

Por el contrario, aquellos fines de semana que tocaba quedarse –tan a gusto- en casa, notaba cómo la desgana se apoderaba de mí. Restringía al máximo las salidas y mi única ilusión era invitar a gente a cenar a casa o como mucho ir al cine. El paseo dominguero hasta mi querida Plaza Mayor ya no me llenaba, el paisaje resultaba desolador: descuidados locales en venta y/o alquiler, el comercio local cerrado a cal y canto, multitud de traspasos de restaurantes…

Mientras recordaba con nostalgia la “alegría” consumista que se apoderaba de mí cada vez que acudía a Madrid y la marea humana que como yo abarrotaba las calles y superficies comerciales, aquí la ilusión se me apagaba. El centro comercial de nuestra bautizada como “Milla de Oro” se asemejaba al desierto de las típicas películas western, esas en las que se escucha el silbido del viento mientras un arbusto seco recorre rodando la imagen: tiendas cerradas, parkings vacíos, luces apagadas… ¡Pero qué lástima! ¡así no hay quien consuma! nos repetíamos mi marido y yo mientras con tristeza regresábamos al refugio del hogar.

Ahora parece que se atisba un sutil rayo de luz, desde que el pasado día uno de marzo se inauguró la temporada de terrazas, si el tiempo lo permite y si por fin se define la operativa a seguir para calefactar los espacios al aire libre, se incentivará algo el consumo y la contratación de personal. Mientras tanto, sigo echando de menos más movimiento en mi ciudad, soy consciente de que la situación económica condiciona, pero les pido a los que competa que animen un poco al salmantino, que faciliten el gasto a aquel que quiera y/o pueda consumir.

El regalo de una quincena gratuita de terraza a los hosteleros el pasado mes de octubre, así como la reducción del período de tramitación de licencias de apertura, ambas promocionadas desde el Ayuntamiento salmantino, son claras muestras de la empatía consistorial hacia la iniciativa y el consumo privado. Pero aún queda mucho camino por recorrer y sobre todo un denso halo generalizado de pesimismo que pelear.

Eva González Hernández
Directora General de Hosteleriasalamanca.es 

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