Palma de Mallorca

De pronto, sin saber por qué, me he puesto a recordar cosas de mi infancia en Palma allá por los años 50. Ha sido esta mañana, mezclados entre sorbos de mi primer café (malo como siempre) y el acartonamiento facial del que ha dormido poco que han aparecido recuerdos que nadie había convocado… extraña aparición por cierto, imagino que tendrá un sentido. Todo tiene un sentido. Había por las calles de Palma, aprendiza de ciudad de apariencia inocente, dos personajes indispensables, insustituibles, eran como la marca de denominación de origen de la capital mallorquina que nunca sospechó en que se convertiría después con los años y con el euro.

Uno era “en Nicolau Marieta”, cuya traducción mas cruel podría ser “Nicolás el maricón”, hoy sería “un gay” y nada más. Nicolau era mayor, muy mayor y de edad indeterminada, peinaba un retorcido rizo sobre la frente al estilo Estrellita Castro y vestía una bata larga de color gris, muy serio. Debajo, claro, camisa y pantalón, pero lo que estilaba su figura, silueta al contraluz a veces, era aquella bata, puede que de dependiente de colmado, puede que de nada concreto, era… la bata que lucía Nicolás el maricón. En medio del pecho un pulido cajón de madera, bandeja sujeta por una correa al cuello en cuyo interior se acomodaban bien clasificados numerosos calcetines de caballero a estrenar.

Los ofertaba a buen precio Nicolás entre piropo y piropo a los hombres que con su sola presencia intimidaba y… vendía, vendía mucho.

Hoy, cincuenta años después, reconozco que Nicolau sabía más que nadie de marketing. El era, claro, su propio reclamo y lo más asombroso, en lugar de ocultar (como tantos) su homosexualidad, la exageraba incluso, en bien y provecho de su ambulante negocio del que, con seguridad, vivía dignamente. “En Nicolau Marieta” le supo sacar provecho a cada una de las plumas que se le caían en cada esquina, económico y libidinoso negocio. Seguro.

Y el segundo personaje era, “na Bel Rollet”, que en el castellano que casi esta prohibido ahora en Mallorca junto con el mallorquín, dialecto del catalán por esos aprendices de progres que gobiernan aquello en provecho de Cataluña, sería “Isabel Rollito”. Ninguna connotación aventurera lo de “rollito” sino una clara alusión a los rul-los en su cabeza sin los que, ni de casualidad, salía a la calle la tal Bel.

Mayor, gorda, la mente más para allá que para acá, mirada perdida a veces, hablaba con todo el mundo y no paraba de comunicar que su novio, Jaime I el Conquistador, estaba viajando ya hacia Mallorca para llevarla con él al altar matrimonial. Rubia oxigenada, maquillada en exceso, oliendo a una mezcla de “Maderas de Oriente” y algún orín incontenido, Bel Rollet no faltaba nunca a su cita diaria con las palomas de la plaza de España que, en pequeños vuelos abandonaban la corona real de Jaime I para posarse ante las migas de pan que Bel les brindaba con delicadeza. La majestuosa figura ecuestre, espada en mano y mirada perdida también en el horizonte, la figura de Don Jaime, parecía velar por la integridad de su amada doncella tan desprotegida como demente… Nadie sabía quien era, donde vivía y nunca se supo de nadie que la asaltara para llevarle el bolso… Igual que ahora.

Evocadores recuerdos inesperados ante un café deficiente que solo lo mejoraría una de las ensaimadas mallorquinas también “de antes”, no las de ahora, industriales, grasientas, descongeladas para ser cocidas, ensaimadas de hoy.

Juan Santamaría.
Chef Director
Restaurante Cala Fornells.
Salamanca.