¡Me vacunaron!

La espera para recibir mi primera dosis resultó desconcertante: me invadió la inquietud, pues me enfrentaba sola a algo nuevo y desconocido. Mis compañeros de cola parecían mudos, nadie quiso distraerse con conversaciones anodinas, cada cual estaba sumido en su propia lucha interna...

Tras mi vuelta de vacaciones me incorporé a una de las repescas para recibir mi correspondiente dosis. Aunque habitualmente el ritmo de inoculación es rápido y apenas hay tiempos de espera, el día que yo acudí aquello asustaba: cientos de personas hacían cola junto al vacunódromo charro bajo un sol de justicia. La cola era tan larga que el final volvía confundirse con el principio en una suerte de espiral humana, que serpenteaba para cobijarse bajo las sombras de los árboles ¡benditos árboles!.

El inicio de la cola a las puertas del Multiusos Sánchez Paraíso

El caso es que la hora de espera se me antojó larga, y no solo por el asfixiante calor sino porque me dio tiempo a reflexionar sobre la extraordinaria situación que estaba viviendo. Allí estaba sola, rodeada de mucha gente pero en definitiva sola, enfrentándome a algo nuevo y desconocido… De pronto comencé a sentir cierta inquietud. A mi alrededor el resto de los “compañeros de viaje” se mostraba también expectante, mientras nos mirábamos unos a otros sin entablar conversación. ¡Con lo sociables que somos en otras circunstancias! –pensaba yo-. Es habitual que en momentos distendidos (en la cola de la frutería, en el pipican, en la terraza del bar….) compartamos con los desconocidos que nos acompañan comentarios banales sobre el clima, las monadas que hacen nuestros bebés, lo bien que comen nuestras mascotas… Sin embargo, en la larguísima cola que partía del Multiusos Sánchez Paraíso la gente estaba completamente muda. 

Quizás el resto estaba también sumido en su propia lucha interna, reviviendo momentos de este último año y medio, recordando a seres queridos perdidos, reflexionando sobre lo que supondría su primera dosis de la vacuna… Fuera lo que fuere la situación me creó cierto desasosiego, que se fue incrementando a medida que me aproximaba a mi destino. 

El pinchazo me sacó de golpe de mis angustiosos e irracionales pensamientos. Salí del box aturdida, agradecí esperar los quince minutos de rigor en la silla. Nadie se desplomó a mi alrededor, como le había sucedido a algún conocido, todos parecían haber recuperado la “cordura” y muchos se entregaron en masa a teclear su terminal, mientras de reojo miraban el gran reloj digital que presidía la zona de espera.

La espera de quince minutos tras la inoculación

Salí de nuevo a la luz del sol aliviada, contenta de haber dado el paso y esperanzada en que toda esta pesadilla parece que poco a poco va llegando a su fin.

Mi próxima Gran Cita: ¡el 5 de agosto!